Al cruzar el patio sombrío
de nuestra casa, en imaginado viaje,
a los recuerdos de hijo,
veo a tu alma, quebradiza y delicada,
que me pregunta con sus ojos de silencios y profundos,
el porqué de la partida del hijo, que arrullo hasta mozuelo,
impidiendo que crezca con su amor malo-bueno,
que no se si de más grande entendí su fundamento.
Aquella mujer imperfecta para la demás gente,
fue el gran regalo que el cielo me dió, formando mi alma, mi mente,
doblegando mi voluntariosa adolescencia,
con sabia destreza , siendo severa en los castigos,
y tierna como un beso reposado en mi frente.
¿ Quién fue, la que con unos minutos de rezos
de cada noche, al acostarme,
me dejaba entre las colchas y sábanas seguro de su amor,
y a la mañana de siguiente día,
me alegra con su luz ,
junto a la del nuevo día, al despertarme para ir al "cole".
Esa mirada mustia,
de la despedida, se disipa cual niebla,
cuando recuerdo esos ojazos almendrados y maternos en sí mismos,
tiernos y fuertemente profundos, como fueron siempre.
Hoy madre mía que es tu santo,
sé que en la eternidad donde tu estás,
donde ya no se mide en años el tiempo,
si no por el valor e hidalgia con que impregnaste el mundo
y nuestras almas de recuerdos,
de valores y enseñanzas,
me transporto a la niñez perfecta que junto a mi padre nos diste.
Nunca me senti más querido,
que en tus brazos madre mía,
y aún en las noches cuando
silenciosamente me quedo pensativo
evocando tu presencia, me digo...
¿ Acaso estamos preparados para dejar partir a los hijos?...
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