martes, 13 de agosto de 2019

De niño viví en un mundo de honor ; la llama ferviente de la injusticia a mis pocos años la entendí casi como un don natural.
Influenciado quizá por los caballeros de la edad media que ví en las películas, pero más por la imagen y nombre de mi padre, que me enseñó la honrra, y mi madre que me inició en el cristianismo.
Fuí lider de un grupo de niños, que durante mi niñez amé como a mis hermanos. Jugabamos de sol a sol, y solo al caer la noche retornabamos a nuestras casas.
Mi gran amigo de infancia se llamaba Alexis, era menor que yo en un año, era rubio y de piel ; clara, agil como un felino y fuerte el doble que yo, luchabamos por las tardes cerca a nuestras casas en el césped ; que llamabamos la cancha; nunca sin embargo logró ganarme en la lucha libre o en pelea de box, ya que era muy hábil para salirme de sus llaves, y audaz y rápido para pensar y dominarlo con la mente. Conocia sus falencias.y eso era creo lo que me hacia ganar. Nos queriamos como hermanos, hicimos de niños nuestro pacto de sangre como lo hacían los pieles rojas.
Era fragil en sus mucosas nasales y ese era su punto debil que alguna vez ataque para no perder una pelea.
No podía perder en esos lances, por que yo tenía la autoridad del grupo.
Siempre fuí de contextura delgada, mis brazos por alguna razón también lo eran, por lo cual ocultaba yo a la vista con camizas manga larga. Mis cabellos eran negros y ondulados, mi piel sonrosada, que se encendía en el fragor de la lucha grecoromana, o en las peleas de box.
Dicen que era un niño muy apuesto, hasta que crecí y me hice adolescente. Allí cambio todo, jaja ...me hice un adolescente delgado,  y  reflexivo.
Alexis era rápido e impulsivo, su modo de hablar dificultaba la pronunciación de la r , que era la caracteridtica cuando llamaba a mi casa, por costumbre gritabamos el nombre del amigo, un poco cantando, asi más o menos: Aaaaaleeeeexxx,
Repitiamos varias veces hasta que salía uno, o la mamá de uno, para negarnos o decirnos, saldrá cuando termine la tarea. A mí me llababa asi: úuuubeeenn,  úuuubeen o más tarde, guuubeenn, eramos tan unidos hasta que el destino y mi decisión de apartarme de él  hizo que aquella bella amistad se fuera extinguiendo, ambos creciendo por diferentes caminos.
Alex era el mayor, Kike era un solo un año menor, rubio y blanco como un sol, delgado y fragil, era nuestro hermano menor.
Parte de grupo que llamábamos la mancha de patas.... estaba constituído por Abelito, Juan, Leo, Pepe Rabanal. Todos son nombres reales, la verdad no se donde estarán, pero en mi memoria vivirán eternamente, con su carita de niños traviesos, con nuestros códigos internos de valentía  a prueba de todo y  aunque en nuestro pequeños mundo nos creiamos grandes, nuestros  dulces e ingenuos sueños nos delataban ...  Éramos sólo niños...


Capitulo II

El día veintiocho de diciembre  nací y fui el varón esperado en mi familia, como producto de aquel día me decían en casa Inocencio, aquellas dos hermanas de las que fui su juoguete, destino de sus celos, de sus acusaciones,  y de sus mimos. Los 28 de diciembre era una prolongación de la navidad  para mí, aún recuerdo lo cohetes despertándome,  tanto eran de mágicos aquellos primeros años que me sentí predestinado.
Hasta que cumplí los 8 años, que todo parecía un cuento, fue ese cumpleaños  que todo esto cambio. En Navidad había comprado junto a mis padres, unos juguetes para Alex y Kike, eran un modelo en escala de German Monster, ese mismo día fui a su casa que estaba a pasos de la mía, me abrió Mamá Itala, su abuela comentándome que ambos habían viajado por navidad y que iban a volver en unos días. El día 28 de ese año, amaneció de un gris oscuro, como mi animo. Los cohetes sonaron y los  sentí ausentes. Un dolor en mi alma que no podía explicar tomo mi ser, una angustia que no había pasado antes, desayunamos , luego fuimos a almorzar a una Quinta campestre y se suspendió el cumpleaños, ya que habían viajado mis dos amigos. Una torta pequeña y unas ocho velas fueron apagadas por la noche, sin ton ni son .
Al día siguiente por la tarde hablaban mis padres sobre un accidente que había ocurrido y se lamentaban de ello, yo de entrometido pregunté lo que ocurría , se miraron y mi madre me comentó tomándome del hombro que un accidente había ocurrido y que Kike , el menor de los hermanos se había ahogado en un silo que habían dejado sin tapa. Era la primera vez que alguien cerca mío moría, y alguien tan querido. Hablábamos y jugábamos a la guerra, a los muertos y heridos, pero esto era diferente, esto no era juego, era la realidad misma y no tenía ningún sentido.
Se veló  y enterró cuando trajeron el cuerpo. No me permitieron ir mis padres a su entierro, nunca lo vi muerto. Sería ahora pienso el porque durante muchos años seguí soñando con mi amigo que estaba vivo, y que solo había cambiado de ciudad.
Los días siguientes fueron tristes, y más aún para Alex que en su delante vio caer a su hermano ha esas aguas mugrosas, intentando rescatarlo con la correa que tenía , viendo cómo las burbujas  poco a poco se apagaban junto a la vida de nuestro hermano menor.
Muchos años permaneció a mi lado el muñeco no regalado, como un mal recuerdo de algo que no conocía hasta ese entonces, llamada muerte...
Ese dolor y presentimiento volvió a presentarse muchas veces más, a veces sin causa aparente, sin embargo esa desazón , esa gran tristeza,  siempre presagiaba algo que iba a ocurrir y iba causarme un igual dolor.

III

Luis y Piolín.
En mi mundo de niño mi hábitat era mi barrio, lugar  que conocí como propio desde el día que nací. 
Luis y Piolin eran dos chicos del barrio,  tres  a cuatro años mayores, que Alex y yo. Estaban claro púberes y de vez en cuando bajaban a nuestro nivel de edad para vanagloriarse de ser mayores que nosotros. Piolín, su nombre real es Marco Antonio, era un chico vivaz, inteligente y estudioso, presumía de ser de los mejores de su clase y que iba ser médico en el futuro, vivía casi al frente de mi casa, sus padres alquilaban a un contador solterón, al que todos lo apodábamos como “señor chino”,  eran varios hermanos, y hermanas mayores y menores que él,  que vivían en la casa, pero con quien compartimos los mayores momentos fue con él. Le gustaba iniciar las modas de los juegos, un día se aparecía con una ondas con resortera de alambre, y ligas, que disparaban cáscaras de naranja, y todos hacíamos las ondas, hasta que se armaba un ejército de niños armados con resorteras, que terminaba en un basural de cáscaras tiradas en el piso, otro día, eran los carritos  de plástico que comprábamos a sol y que los pegabamos con brea sobre  una plataforma deslizante, y los tincábamos haciéndolos competir  unos con otros, otras veces nos motivábamos unos a otros construyendo una catapulta que proyectaba chapas de bebidas,  hechos con una tabla, elásticos y un gancho de ropa. Siempre había que construir, un arco y sus flechas, unos aros de jebe con su palo dirigible, o un yo-yo o un tic tac de bolas de plástico sólido, que a más de uno aplastó los dedos.
Piolín por tanto era ingenioso, aprendimos mucho de su imaginación e inventiva. Jugaba también al fútbol, con gente mayor, y de vez en cuando bajaba a jugar con nosotros, quizá recordando o no queriéndose desprender de su infancia, él y Luis eran de la misma edad, por alguna razón,  Piolín lo prefería a Alex, y Luis me apoyaba a mí. Un cierto día saliendo de mi casa, me esperaban ambos, estaban junto a Alex, y Piolin me dijo que quien pega a quien, tu o Alex, le conteste que éramos amigos y que no peleamos, a lo que él me contestó, “yo creo que él te pega”,  le tienes miedo, le dije que Alex tenía las fosas nasales muy frágiles y por eso no debíamos pelear, a lo que Alex dijo, que él podía hacerlo, que lo estaba menospreciando, así que sin querer, se armó la pelea de ring de box, y bueno no había peleado de verdad con mi amigo, y los más grandes armaron la pelea, y no podía hacer nada, porque lo demás sería cobardía. Así que iniciamos la pelea, ¡ vamos, tú puedes,  sácale la chochoca Alex ¡, por una parte gritaba piolín, Luis por el otro lado me decía- ¡ Rubén no te dejes, tu puedes ¡ , aunque veía en su cara no estar completamente seguro. Lo único seguro que yo sabía es que mi amigo tenía su talón de Aquiles , en medio de sus ojos, y allí fui a darle, dicho esto con cierta pena, esa fue mi estrategia de batalla, luego de unos cuantos intercambios de golpes, mis orejas estaban rojas, y la cara de mi oponente, pálida y agitada, pum¡  Pum¡, y mis golpes dieron en el blanco, y un manante de sangre comenzó a brotar de sus fosas nasales, ¡ otra vez mi epistaxis ¡ logre escuchar quejándose a mi amigo, indicando el término médico que le había diagnosticado el pediatra, en su última visita al hospital. Le contuvimos la hemorragia, luego de utilizar varios pañuelos, y tapones de papel higiénico Paracas, nos lavamos la cara, y nos fuimos a casa. Nunca mis padres, ni menos mi madre supieron las veces que me pelee y si gané o perdí, lo que sí sé,  es que llegaba a casa, con la cara lavada y   con la frente siempre en alto, porque nunca retrocedía a pesar de pelearme con más grandes, y  ante la  incertidumbre de ganar o salir vencido estaba latente. 

Ahora los chicos crecen sin esos trances, los padres se angustian si sus hijos son golpeados entre niños. Las disputas de poder se definían así y después todos éramos buenos amigos. No existía la cobardía del bulling en la medida que hay ahora, la gente era más justa y los  niños también.
Piolín fue un gran amigo, luego de esa pelea, cambio su actitud hacia mí, porque no me había corrido. Años más tarde, un accidente viajando por los cerros de Huanca, le produjo junto a un grupo de jóvenes una quemadura en gran parte de su cuerpo y cara, pero sobrevivió para contarme, como en medio del fuego y el humo, desatado por la quema de pastos por los campesinos, una llamarada de fuego rodeo a él , junto a un grupo de chicos que viajaban al Santuario del mismo nombre, él como lo conocí, ágil y delgado, hábil e inteligente pudo escapar de morir, como ocurrió con un grupo de ellos, protegiéndose las manos con su casaca, consiguió ir en contra de la columna de fuego, sintiendo como su piel se achicharraba, emprendió la batalla de su vida contra el fuego, fatigado cayó sobre la maleza, avanzó hasta una piedra grande, donde esperó que pase las  llamas incendiarias, calentando incluso la piedra en la que se recostó, apoyado en una de sus mejillas,  sobre la piedra hirviente, sobrevivió siendo uno de los pocos sobrevivientes de aquella tragedia.
Años más tarde, me encontré en un bus interprovincial, había mejorado mucho luego de muchas cirugías estéticas,llego a ser psicólogo, y seguramente actualmente ayuda a salir de las peores hondonadas a sus pacientes,  aún sin embargo conservo su imagen anterior en mi memoria, de piel trigueña y de rasgos finos.
En cuanto a Luis…..
Continuará.







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